jueves, 13 de octubre de 2016

LA ABUELA



- Ya me explicarás qué es eso de que “a veces la vida te trae sorpresas” del mensaje. Lo que ocurre es que me siento solo lejos de todos vosotros, tú en Barcelona, yo en Madrid, el resto de familia en el pueblo y encima teniendo que hacerlo todo. Si casi no sé cocinar. Bueno ¿qué pasa? Abrir una lata de albóndigas y ponerla, sin lata claro, en el microondas también tiene su arte.
Sí, supongo que me acostumbraré. Que remedio. Te tengo que dejar, Anna, que llaman a la puerta. No, no espero a nadie. Venga, hablamos. Yo también te quiero, ya lo sabes. Un beso.-

Abrí la puerta pensando que sería algún vendedor de esos pesados que no sabes como quitarte de encima o tal vez los timadores del rollo del gas, pero...A veces la vida te trae sorpresas. Bueno, la vida, el tren...

- ¡Abuela! ¿Pero qué haces tú aquí? ¿Y con ese pedazo de maleta?
- ¿Es que no vas a dejarme entrar o qué?
- Claro, pasa. Pero...

Nada más llegar va directa, sin conocer mi pequeño y destartalado pisito, a la habitación de invitados suelta la maleta y se materializa en la cocina. Intentando recuperarme del impacto de su presencia la veo husmeando en la nevera y abriendo todos los armarios. A la vez. Parece mentira que a sus 85 años pueda seguir siendo “la más rápida de este lado del Mississippi”. Y del otro. No sólo es capaz de hacer muchas más de dos cosas a la vez sino que, mientras, se entera de lo que tú haces y te corrige. ¡A buena parte!

- Lo que me temía. Comes porquerías de sobre y mierdas precocinadas; nada de pescado, ni frutas ni verduras. Sólo a base de fritos. No planchas la ropa, casi no limpias...Si ya lo sabía yo. Así no vamos a ningún sitio. Menos mal que he llegado a tiempo.

Si no la conociese me sorprendería. No lleva ni dos minutos en casa y ya ha realizado un análisis exhaustivo de todos mis hábitos básicos y eso sin necesidad de “analizar mis heces” ni buscar pruebas con guantes de goma por los rincones en plan CSI. ¡Aficionados!
Supongo que el hecho de que en mi nevera sólo haya pizzas y algunos yogures y en mis armarios sobres de sopa y latas de conservas ayuda. La simple observación de varias camisas llenas de arrugas encima de una silla así como de un montón de bolas de “una especie de masa informe parecida a peluches” que hace semanas se mueve y engorda por los rincones del piso también tiene algo que ver.


- Mira, Andrés, voy a serte sincera. Tus padres y yo estábamos preocupados por ti. Pero cuando tu hermana nos comentó que durante los años de carrera mientras viviste con ella le ayudabas, sí, pero no sabía como ibas a desenvolverte solo, decidimos que necesitabas una ayuda. En esta casa hace falta una mujer. Una mujer que te ponga en tu sitio y te enseñe a hacer las cosas como es debido. Como tu madre no va a dejar su trabajo por enseñarte lo que no te dio la gana de aprender en 23 años aquí estoy yo. Pensaba que venía un mes de vacaciones a Madrid pero ya veo que nada de vacaciones. ¡Acabáis conmigo!
¿Es que no piensas decir nada ni ofrecerme algo después del viaje? No claro, si tienes la nevera vacía. Ya me cojo yo el vaso de agua. Supongo que no te importa que use tu taza o lo que sea esto, no voy a beber del grifo a morro...

¡UN MES! ¡Piensa quedarse un mes! A mi me va a dar algo.

Lo primero, sin deshacer siquiera su equipaje, fue ir al supermercado. Y a la frutería. Y a la pescadería. Y a buscar un horno donde venden pan, que a la señora el pan precocido de supermercado no le gusta. Y a la charcutería...Nunca había imaginado que hubiese tantas tiendas especializadas sólo para comprar comida. Ni que la carne o el pescado que comemos no sale de bandejas del súper sino de grandes trozos que venden en tiendas y cortan a tu gusto. Todo un mundo esto de hacer la compra.
Pero quedaba mucho día por delante. Y siempre hay un Ikea cerca. Nada más entrar fui directo a por unas tartaletas de chocolate con una pinta fantástica. Me lo impidió con el “A.A.I.”= “Argumento Abuela Infalible”:
- Ni se te ocurra comprar esa porquería. ¿A saber qué le ponen? Seguro que mierda. Ya te haré yo un pastel de chocolate casero. Pero primero te tendrás que comer un potaje de lentejas.

Salimos del Ikea con todo: cortinas, vasos, ollas, platos, cubiertos, lámparas, un mueble para “poner cositas” en el baño, un juego de cortinas para la ducha, fregonas, dos escobas, un par de cubos...
Y yo con un dolor de cabeza insoportable.
Antes de llegar casa pasamos por delante de una floristería. Me hace parar en seco. Media docena de plantas, dos de interior y el resto para el mini balcón , casi hacen que empotrase el coche contra el de delante pero “me van a alegrar la vida”...

Los siguientes días fueron un ajetreo tan maravilloso como agotador. Llegar a casa cansado del trabajo y encontrar que tienes un organigrama preparado con:

1-  “Curso Básico cocina utilizando vegetales y pescado” que se irá complicando a medida que pasen las jornadas hasta llegar al Examen de Doctorado: “Preparación de la Cena de Navidad para un grupo diverso”. Para mi desolación descongelar pizzas en el horno o calentar comida en el microondas, lo único que sé hacer, no lo considera cocinar.

2- “Curso de plancha: tejanos, camisas y camisetas: Los jerséis no se planchan”; el Máster será “Camisas de seda, tejidos delicados y sábanas”. Si se aprende a planchar las sábanas correctamente y a doblarlas uno solo se sube nota.

3- “Curso de limpieza”. Los temas “cocina y baño” así como el apartado “rincones y debajo de los muebles” son imprescindibles. Si se desconoce la utilidad de todos los compartimentos de la lavadora así como de las etiquetas de la ropa o no se separa blanca y de color, no se aprueba. Se siente.

4- “Curso de organización. Los calzoncillos en su cajón, los calcetines en el suyo”. Fundamental el tema: “Si doblas la ropa aprovechas el espacio del armario y no tienes que plancharla dos veces”.

5- “Curso de costura. Un roto, un descosido, una aguja.” Muy interesante saber que “los calcetines también se cosen” (por fin descubro la utilidad de unos “misteriosos huevos de madera” que de niño veía en los costureros de mi madre y mi abuela) y que “cuando un tejano se rompe entre las piernas se puede remendar y apenas se aprecia”
Mención aparte ya que “me examinaré” en el futuro después de practicar mucho merecen:
    5. a)- “El bordado: usos diversos. Si bordas y coses tus propias cortinas tu casa tendrá un aspecto personal y único”.
   
5. b)- “Tejer bufandas, mantas o jerséis elimina el stress”.

¿Cómo no voy a quererla? si cuando, en uno de sus arrebatos de orden, descubrió unos juguetes y unas revistas en un cajón entre pañuelos, tabaco, ropa interior y recuerdos varios me dijo:

- Los artefactos, geles, revistas y esas cosas, te los he puesto en el segundo cajón de tu mesita de noche. Mejor que tengas un espacio sólo para ellos y así siempre los encontrarás, no se te estropearán y estarán limpios.
¡Y no te pongas colorado! Que soy tu abuela y te conozco más que de sobras, hombre.

A mis 23 años es la primera vez que me enfrento a la vida en solitario. Tengo un buen trabajo, pero “con eso de ser un chico” nunca presté demasiada atención a las cosas de casa. Llegar a una nueva ciudad lejos de los tuyos y sin saber ni como cocinar por más título universitario que tengas te crea una dura sensación de desamparo. Hay tardes de domingo en las que sólo me siento en el sofá de casa, solo, llorando. Perdido...

Reconozco que cuando la abuela, María, apareció como un torbellino en casa, me asusté. ¿Qué iba a pensar de mi forma de vivir? Tendría que esconder a mis ligues, se enteraría de cosas, yo debería cambiar mis hábitos para estar con ella y hacerle compañía...
Llegar de la oficina y encontrar la luz encendida, el olor a limpio y el aroma de sus guisos...
Y reírme con ella. Y conocerla. Y aprender de su sabiduría. Y tener una amiga y una cómplice. Si hasta les ha enseñado a cocinar y a coser a mis amigos que están entusiasmados con ella.
Le encanta el Museo del Prado. Puede pasarse horas contemplando extasiada su cuadro favorito: “Las Meninas”. Comer helado de frutas del bosque y chocolate paseando por El Paseo del Prado y por Chueca a partir de ahora va ser especial.

- No llores, tonto. Si nos vamos a volver a ver dentro de nada: en tres semanas vendrás a casa a pasar los cuatro días de Semana Santa. Además me llevo una copia de las llaves. Cualquier día cuando vuelvas del trabajo me encuentras haciendo un puchero de esas lentejas con puerro que tanto te gustan. ¡Que narices! Yo ya te trabajado bastante. Mejor me las preparas tú a mi. Te llamaré y te pediré me expliques qué cocinas y si limpias. Ah y quiero que acabes la bufanda esa tan bonita que me estás haciendo y que tienes escondida.

Abrazo la cortina bordada que adorna mi salita. Aún huele a ti. Este domingo no me siento solo. Me voy a poner a cocinar pescado con algún tipo de salsa de las que me has enseñado.
Mientras paso la tarde tejiendo tu “bufanda sorpresa” no hay lágrimas. No dejo de sonreír. Han sido los tres meses mejores de mi vida.
Buen viaje, abuela. Pronto nos veremos.


miércoles, 5 de octubre de 2016

CUANDO NO PUEDAS MÁS ¡CAMINA!



Cansado del duro trabajo del día el lobo esperaba, impaciente, las ansiadas buenas noticias que esa tarde no llegaron. La tierra se abría bajo sus pies. Las cosas habían mejorado pero faltaba algo muy importante que no acababa de concretarse.
Agobiado, se montó en una bicicleta camino del sitio en el que vivía. Al cruzar el puente de Felip II el sonido del tren por debajo le estremeció con la tentación de tirar la toalla…
Siguió pedaleando hasta aparcar la bicicleta en el lugar habitual.
Aunque tenía frío, estaba hambriento y cansado no quería regresar al lugar en el que vivía. Se sabía demasiado agobiado como para poder hacerlo.
Decidió que necesitaba ver la ciudad que amaba desde el Mirador del Búnker del Carmel. De noche. Subió por Nou Barris y se perdió en el dédalo de calles. Cuando se dio cuenta que no sabía donde estaba simplemente dejó de pensar en ello. Su afinado instinto lobuno le llevó a la calle correcta. La ascendió repitiéndose que no tenía fuerzas, que no podía más. Alguien que se cruzó con él le miró con recelo.
Penetró en el parque del Turó de La Rovira entrada ya la noche. La humedad le empapaba la camisa. Aquel inmenso bosque, sólo iluminado por las luces de la ciudad a sus pies, daba respeto.
Pero el lobo esa noche, perdido en el bosque, a oscuras, repitiendo una oración mil veces repetida, hipando babas, sintiendo que no podía más, no tenía miedo al bosque. Tras un largo rato caminando en tinieblas por los senderos, a punto ya de llegar al mirador, se cruzó con una persona que corría. Ignoró la atalaya, que imaginó llena de turistas felices haciéndose fotos bajo la luna, y regresó a la oscuridad curadora del bosque.
De vez en cuando contemplaba, maravillado, la imponente ciudad que hacía años le había cautivado. Se olvidó del tiempo. En aquel instante sólo existía él dentro de la negrura y a sus pies, iluminada, “La Ciudad”.
Poco a poco, sin percatarse de ello, dejó de repetirse que no podía más. Poco a poco dejó de repetir la oración. Sólo experimentaba al bosque regalándole su energía y su consuelo.
Estuvo tentado a sentarse junto al tronco de un árbol y pernoctar allí, pero desistió: iba en mangas de camisa y la noche de otoño era demasiado húmeda.
Mientras su mente, embelesada, escuchaba al bosque, sus pies le llevaron de vuelta a la ciudad.
Cuando pisó de nuevo el asfalto, tras haber caminando sin tiempo a oscuras por los senderos del bosque, cayó en la cuenta que el agobio había dejado paso a la tranquilidad; que el miedo y el cansancio se habían tornado fuerza.
”Ella” le telefoneó. Por algún extraño motivo siempre lo hacía cuando él tenía un mal momento. Era como si lo supiese. Tenían una conexión muy intensa pese a vivir a varios cientos de kilómetros de distancia y verse menos de lo que quisieran. Cuando le explicó parte de su día se escuchó decir a sí mismo:
- Estaba agobiado, me sentía sin fuerzas y he subido al bosque. Lo necesitaba. Ahora ya estoy bien.
El lobo amaba aquella ciudad que acababa de contemplar extasiado a sus pies. También sabía que cuando no podía más sólo tenía que acercarse al bosque más cercano para recomponerse.
El bosque le nutría de vida.
Llegando al lugar en el que vivía se percató que cuando se sentía con menos fuerzas era cuando más fuerzas tenía.
Ese había sido el regalo del bosque, a oscuras, esa húmeda noche de otoño:
- Cuando no puedas más ¡camina! Eres más fuerte de lo que crees.