
Cuando éramos niños y adolescentes, allá en La Aldea de los Lobos, las tardes de verano se pasaban en el río.
A las cuatro bajábamos a pozas de gélidas aguas.
Chapoteábamos sin parar y aprendíamos a nadar.
De vuelta, cuando se ponía el sol y medio desmayados por el desgaste de energía,
nos dábamos el atracón de moras de zarza y de manzanas, peras y uvas verdes
convenientemente robadas en los huertos. Procurando, eso sí, no pisar los
sembrados.
Al llegar a casa un bocadillo de chorizo o de nocilla eran, más que la merienda, el
entremés de la cena y a ir con las bicis hasta que nos llamaban a la mesa.
Después de cenar íbamos al “Teleclub”. Los mayores
(y nosotros cuando lo fuimos) poníamos música en un viejo tocadiscos o un radiocasete y bailábamos. Como aquello no dejaba de ser
un cierto “postureo aburrido” las más de las veces acabábamos jugando por el
pueblo al escondite entre los huertos o, de adolescentes ya, salíamos a pasear
por la vieja carretera para contar historias sentados en medio de la oscuridad
de las noches veraniegas, bajo un impresionante cielo estrellado que
contemplábamos maravillados.
No fui niño en la prehistoria, ni siquiera en la posguerra,
pero en poco tiempo han cambiado tanto…
Los niños que veranean en La Aldea de los Lobos ya no
roban manzanas verdes y eso es preocupante…
Las y los preadolescentes de hoy bajan al río tarde.
Antes de ir pasan por la tienda de donde salen cargados con grandes bolsas de
chucherías. Muchos ya ni siquiera van porque encuentran el agua “demasiado fría”.
Les ves sentados en el prado un rato, no demasiado,
jugando con los teléfonos y los videojuegos.
Regresan aún con el sol alto y van a conectarse a
Internet al “cibercentro” municipal o
donde encuentran “wifi”. En el colmo
del absurdo, a veces miran fotos de rincones del Pueblo…desde un
ordenador…ellos que lo tienen al lado, pero como se cansan, les da el sol o
sudan no van…
Y las manzanas y las moras se pudren sin que nadie
las coja o las robe, porqué los padres modernos, que tanto se quejan de la
crisis y el poco dinero, lo sueltan a espuertas para “sanas chucherías”…


Por la noche los ves a las puertas del Teleclub
bebiendo como cosacos, sentados; siempre sentados. Jugando con los malditos
teléfonos.
Poniéndose bordes con algún adulto. Sabiendo que
nadie les va a soltar el guantazo que quizá merecen.
A veces pasas al lado de un grupo y están en
silencio: cada uno con su aparatito. Juntos y lejanos. En galaxias perdidas de
lucecitas artificiales. Perdiéndose las constelaciones reales de estrellas
vivas que titilan sobre sus cabezas…
Las niñas “ridículamente femeninas”. Los niños con
la pose de garrulo matón que por lo visto es lo que les da atractivo.
Y las manzanas y las moras se hastían las noches
fabulosas de estrellas en el Pueblo de los Lobos, sin que ningún niño las coma.
Y las estrellas se empeñan en brillar para unos críos que sólo saben mirar
hacia abajo a las limitadas pantallas artificiales perdiéndose la belleza del
infinito sobre sus cabezas.
La noche de San Lorenzo regresaba a casa tarde. El
grupito de púberes sentado en los bancos y las escaleras, con sus maquinitas.
Una estrella fugaz recorrió el firmamento y no la vieron ensimismados como estaban
con los aparatitos.
Sentí pena por ellos y pensé en gritarles que se dejaran
de bobadas que fueran a pisar los huertos y a dejarse empapar por la lluvia
celeste.
No lo hubiesen entendido…
Comprendí por qué se llaman “Lágrimas de San Lorenzo” . El firmamento
entero se conmueve cuando un niño no se sobrecoge ante su magnificencia.


Y las estrellas, las manzanas y las moras siguen gritando y llorando cada día y cada noche. Cada vez que esos jóvenes pierden tiempo y vista mirando una máquina y la salud comiendo porquerías.
Que malo es el dinero cuando no se sabe educar…
Debo ser raro porque a la vuelta del río las tardes
de verano sigo dándome atracones de dulces moras de zarza y sigo robando
manzanas verdes. A veces, como antaño, “me las voy a robar a mi mismo” a mis
manzanos; como no se lo digo a mi padre da el pego…
No por sentirme niño, que no lo soy ni quiero, sino
por sentirme vivo.
Por las noches sigo contemplando extasiado las
estrellas que me hacen guiños; felices de que alguien las mire con asombro.
Y…sinceramente doy gracias a Dios por no ser niño
ahora para no nadar en la abundancia material incluso en momentos de crisis. Y
por haber tenido una familia que me enseñó a valorar lo que realmente importa.