jueves, 4 de agosto de 2016

CUENTO CHINO BARCELONINO

Deconstrucción Almodovariana. 




Jorge Tricornio quería un niño chino.
La primera vez que había visto una de aquellas viejas huchas de cerámica del Domund lo había decidido. Desde aquella primera vez siempre lo pedía con ahínco como regalo a los Reyes Magos. Pero nunca llegaba. De adulto comprendió la manera de tener un niño chino. Pero no le gustaban las chinas ni fumadas; y menos en los zapatos…
Un día, mientras trabajaba en la gris oficina tuvo una idea…

Al cabo de un tiempo se fue a China. Buscó a unos humildes campesinos de la región interior de Chincholo (que la traducción sonaría como “Chinchorro”) y les cambió a su hijo mayor por una docena de bicicletas Orbea Superstar modelo 73 y por veinte cajas de calamares congelados para que acompañasen el arroz.
Lo primero que hizo fue irse a buscar a un misionero del Domund para que se lo acristianase y le puso de nombre Rodrigo Ramiro.
Para solucionar el problema de sacarlo del país lo travistió de niña, que estas se ve que sobran allí, le vendó los pies, le puso un kimono o algo parecido y le pintó la cara. De esa guisa les dejaron salir.
Al llegar al aeropuerto del Prat de Barcelona vio a dos mujeres de Ciudad Real, con su pañuelo en la cabeza, junto a la cinta de equipajes. Cuando pasó el suyo lo cogió pero ¿cuál sería su sorpresa al volverse y ver que su hijo Rodrigo Ramiro había desaparecido y que su mano agarraba una gran muñeca chochona?.
Como había sido una adopción ilegal, presuntamente como la de varios famosos, no podía denunciarlo y se puso a buscarlo con ahínco.
Las mujeres de Ciudad Real se llevaron a Rodrigo Ramiro a su destartalado piso del Raval de Barcelona. Allí le criaron como a una princesa oriental y a los trece años le pusieron a prostituirse como travestí por el Barrio Chino de Barcelona. Su nombre de guerra era La Chochazo de Las Ramblas, por las considerables medidas de su órgano sexual, no precisamente femenino, bastante excepcionales en alguien su raza.

Rodrigo, al que las de Ciudad Real habían puesto Ruperto, como su padre, DEP, un día vio a una monja con una guitarra cantando “Yo tengo un gozo en el alma” en un banco de la Plaza Real rodeada de inocentes niños y decidió hacerse monja. Con lo que había ahorrado de los últimos clientes se escapó y se fue en autobús a Albacete. Se dirigió al convento de las Hermanas Adoratrices de la Llaga Sangrante del Costado Izquierdo. Le atendió Sor Raimunda, la superiora, a la que todas las hermanas, según decían por acento valenciano, llamaban pronunciando la “S” como Z”…
Zor Raimunda, que era como sonaba, tras ver su barba de tres días e inspeccionarle, no sin deleite, los bajos le aconsejó como más apropiado ir al convento de frailes de la acera de enfrente…a la del su propio convento, se entiende…
Allí, en los Hermanitos Pobres del Niño Jesús Descalzo del Pie Derecho, nuestro amigo fue admitido y empezó a ser feliz. Hasta que llegó el superior que estaba de visita misional por Cuba. Al enjuto Padre Arrobas, que anteriormente había sido expulsado de la Diócesis Castrense de Guadalajara por ponerle una plancha en las nalgas a un soldado mientras le cosía los 21 botones de la sotana, no le gustó nada que Ruperto estuviese allí porque era profundamente racista. Con lo cual le obligaba a los trabajos más duros y siempre le estaba humillando. Ruperto se sacrificaba. Hasta que un día le vio encargar por el Teletienda una  plancha de vapor de último modelo. Temiendo por sus nalgas decidió escapar. Para ello contó con la ayuda la cocinera sordomuda, que era hija de Sor Raimunda (o “ZorRaimunda”, que decían sus monjas) y el Padre Arrobas una noche en que este, volviendo del parque no vio por que acera iba y se equivocó de convento...
Esta cocinera tampoco era sordomuda sino que le habían crecido los dientes en horizontal y no podía hablar bien.
Huyeron del convento y tras robar una cabra de un prado y encontrarse una pandereta de plástico de color verde en el polvo del camino lograron sobrevivir.





Mientras tanto Jorge Tricornio, que no había dejado de buscar a su hijo: por todos los bares y locales de alterne de Malasaña y de Sevilla, había hecho negocios. Montó una inmobiliaria y se dedicó a desalojar a las abuelas de las casas del Raval de Barcelona para hacer lofts de lujo. También vendió los terrenos de un pueblo de Ciudad Real para hacer urbanizaciones con campos de golf.
Jorge, volviendo de uno de sus viajes de negocios, recaló una noche en un club de alterne de Alfajarín, en Zaragoza. Allí vio al chino que lo regentaba. Cuando fue a pagar el chino se fijó en un minúsculo lunar de una mano con seis dedos de aquel cliente. Aquel lunar tan extraño le recordó algo…
A los pocos días se acordó: muchos años atrás, siendo un niño, alguien con ese lunar en una mano de seis dedos le dio a sus padres una docena de bicicletas Orbea Superstar modelo 73 y veinte cajas de calamares congelados y se lo llevó a Barcelona. Rodrigo, que seguía llamándose Ruperto Retuerta, siguió el rastro de la tarjeta de crédito de Jorge y pocos días más tarde lo encontró en el lecho de muerte, agonizando. Poco antes de expirar se contaron todo lo vivido y se dijeron lo mucho que se querían.
Rodrigo, ya con su verdadero nombre, fue el heredero de una boyante empresa. En su loft del La Rambla del Raval puso a trabajar fregando el suelo de rodillas a dos ancianas de Ciudad Real con pañuelo. Y en su chalet del pueblo puso a cortar el césped del campo del golf con cortaúñas a un ex fraile al que habían echado del convento por quemar con una plancha las nalgas de otro mientras se ataba la sandalia.

Pero nunca supo porqué narices tuvieron que sacarle de China con lo que le gustaba el arroz…




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