lunes, 26 de septiembre de 2016

¡PERO QUE PEQUEÑITO QUE ES!




- ¡LAS ACERAS. SON PARA LAS PERSONAS! ¡LAS ACERAS. SON PARA LAS PERSONAS!- Grita una y otra vez un único “manifestante” apostado en una acera del Paseo de Sant Joan de Barcelona un lunes de finales de septiembre hacia las 9 y pico de la noche. Cuando alguien en bici cruza grita aún con más fuerza.
- ¡SI SON PARA LAS PERSONAS BÁJATE TÚ DE LA ACERA Y DEJA DE DAR POR SACO, GILIPOLLAS!- Responde alguien desde un balcón.

En otra calle se para una moto. Una pareja discute. Él tira el casco al suelo y se va. Ella le recrimina cosas muy privadas. A gritos. El público:
- Pelas de novios.
- Más bien peleas de yonkis.
- ¿Yonkis? ¿Pero aún quedan?

Desde la ventana abierta de un tercer piso se oyen gritos. Otra discusión. Y sólo es lunes...

Delante de la Sagrada Familia. Varias personas esperando para cruzar una calle. Entre ellas una pareja oriental con un bebé de varios meses en un cochecito y una mujer occidental de unos sesenta y tantos años. Mira al bebé y exclama entre gritos:
- ¡PERO QUE PEQUEÑITO QUE ES!
No puedo evitar decirle:
- Señora, que es un bebé es normal que sea pequeño.
Respuesta lapidaria:
- Sí, ¡¡¡PERO ES QUE ESTE ES CHINO Y ES MUY PEQUEÑITO!!!
- Señora, los bebés chinos cuando nacen también son muy pequeñitos.
- Pero es que nunca había visto ninguno chino. ¡Que mono que es!
Los padres sonríen.
Me viene a la mente aquella anécdota que me explicaron de un conocido, ahora debe rondar los 44 años que, cuando empezaba a hablar hace como 42 años, en el mercado de Tarragona vio a un hombre centroafricano, lo tomó de la mano y le dijo a su madre, que casi se muere de la vergüenza:
- ¡Mamá! ¡Mira! ¡Es de verdad!

Estoy convencido que ni mi conocido cuando tenía dos años ni esta señora de sesenta y tantos lo han dicho por racismo ni con maldad alguna.
Sólo que tal vez no hemos cambiado demasiado…

Parado en una bici esperando que cambie el semáforo para poder cruzar la calle. Un chaval “gallito de pela”, que va a aparcar su moto en la acera decide que no le llegan los cinco metros de paso y tiene que meterse por los treinta centímetros que ocupo yo. Me hace el ademán de que me quite. Ni caso. Con imperativo tono de cabreo:
- ¿Te puedes apartar?
- Claro.
No muevo ni una ceja.
Nervioso:
- ¿Pero te vas a apartar o qué?
- Ya te he dicho que sí. En cuanto cambie el semáforo cruzo y me aparto.
Sigo sin moverme (por si alguien aún no se ha dado cuenta soy tauro) con lo cual no le queda más remedio que pasar por el espacio que le queda: sólo cinco metros.
Mientras aparca a mi lado, entre dientes, farfulla:
- Hijo de puta.
Entre dientes respondo:
- Pobre. Me ha confundido con su hermano.
Levanta la cabeza; mientras cruzo me giro y le clavo una mirada por encima de las gafas: mejor que los dos…”tengamos problemas de oído”…

Llego a casa. En el portal una pareja de Testigas. De Jehová. Me preguntan:
- Perdone, ¿sabe si en el quinto vive una familia de chinos?
Para mi que los vecinos chinos del quinto se traen algo extraño porque últimamente no para de preguntar gente por ellos.
- Pues no tengo ni idea. Pero por la Sagrada Familia acabo de ver a unos chinos con un bebé muy pequeñito-
Me miran sin comprender muy bien la tontería que les he soltado.
- ¡Ah, que bien! ¿Y usted? ¿No tendrá usted un momento?
Sonrío. Me lo han puesto fácil:
- No, lo siento. Yo no tengo cara de vivir en el quinto…
Buenas noches.

Definitivamente me encanta esta ciudad. Tiene infinidad de historias por todos los rincones.

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